En ese momento
no se podían nombrar
aquellas cosas
que entretejían
el
cansancio y el hastío
en el desolado mar
cotidiano...
Cuando las ventanas
se
dormían en la palma
de nuestro verano,
las manos se abrían
de par
en par
al milagro;
milagro
que la hora
repartía
a manos llenas
sobre el lecho.
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