Arribé a El Galpón, un pequeño municipio
de Salta, al mediodía. Tomé el sendero polvoriento que me llevaría directamente
a la casa de mi abuela Sara —según el croquis hecho por papá—, ubicada a
doscientos metros del Río Juramento.
Una sensación extraña inspiraba el entorno. De
los árboles colgaban cintas negras, cruces, huesos de animales, sapos secos…
Me detuve a metros de la casa. Bajo un árbol
añoso, colgaba un extraño carillón.
—¡Es la voz del viento! —manifestó una
voz a mis espaldas—. Atrapa a los que se acercan. Basta colgarlo y dejar que
haga su trabajo…
Giré, y allí, estaba mi abuela (la
reconocí por la foto carnet que mamá lleva en su billetera). Vestida de oscuro
y con un colgante de metal que, me intrigó... Tenía su piel morena, muy
deslucida. El cabello, encanecido, descuidado y muy largo; raro para sus
setenta años.
—¡Qué haces aquí, Rocío! En este lugar
no hay nada para una jovencita como vos…
—No digas eso, abuela. Quiero pasar
este verano aquí, conocemos como lo que somos….
Guardó silencio unos segundos, luego,
descorrió sus arrugas con una sonrisa y me abrazó torpemente. Yo solté la
maleta-viajera y rodeé su cintura. Su aroma a romero, entró hasta el último
rincón de mi cerebro.
—¡Sos igualita a tu mamá, Rocío¡ —comentó,
después de besarme en la frente.
Entramos en la casa. Prendió una vela, por su luz comenzaron a
emerger desde la oscuridad, los muebles, como fantasmas expectantes.
Camino a la habitación que yo usaría,
me llevé por delante una figura…
—¿Qué es esto abuela? —grité asustada.
Ella, para hacerme sentir segura —creo—, me tomó del brazo mientras
comentaba:
—Para tus necesidades, está la “letrina”,
queda detrás de la casa, después te la enseño…Por la noche, si no te
“aguantas”, tengo una escupidera…Esta es la pieza que vas a usar, ahorita, te
abro la ventana para aireártela…
¡Hace tanto que no se usa…!¡Aaaaños que
nadie viene por aquí! —comentó, y me sonó a reproche
La ventana se rasgó en luz y el día
rompió las paredes con olor a cerrado…Y vi que, solo tenía una cama, un ropero
y, no había espejo en la habitación, (qué lástima pensé. ¡con lo que me
gustan!).
Deje mis pertenencias y fuimos a la
cocina. Colocó la vela en medio de la
mesa y mientras avivaba el fuego de la cocina a leña dijo…
—Mientras te recaliento algo, podes ir
a conocer el río…Si agarras ese caminito, te lleva hasta allí…
Ya en el río, me senté bajo un árbol a
meditar si había hecho bien en venir a un lugar así.
—¡Sal de ahí, muchacha! La sombra de
ese árbol no es buena —gritó un señor, quien, acercándose, me preguntó si era
de por aquí.
—Vengo de Buenos Aires a visitar a mi
abuela. Vive en aquella casa…
—Aaaa ¿Sos la nieta… de la bruja?
Incómoda por sus palabras, me despedí y
regresé.
— Abuela, ¿un hombre te llamó bruja?,
¿por qué?
Dejó sobre la mesa un plato con dos
empañadas, llenó un vaso con agua y guardó silencio.
***
Pasar todo el verano con ella era mi
intención, pero había momentos, principalmente por la noche, me desbordaban las
ganas de preparar mis cosas y largarme... (tal vez, a mamá le sucedió los
mismo, y cuando conoció a papá un verano, se fue no regresó nunca más).
Aquí no existen los horarios, la vida
pasa inadvertida… La abuela, se levanta apenas la mañana se filtra entre la
arboleda.
Durante el día habla muy poco conmigo,
anda las santas horas, caminando de la casa al patio…o por sus pensamientos…Y
no entiendo por qué pasa tanto tiempo fregando en la tina que está detrás de la
casucha.
A pesar de todo eso, empecé a
comprender su manera de ser. No habrá sido fácil la vida en un lugar como este.
—Abuela, cuando vayas al pueblo te
acompaño, quiero…
—Después que tu madre se fue, dejé de
ir al pueblo —respondió secamente.
(Entonces, entendí los envíos de
mercaderías que mamá hacía cada dos meses, en las cuales, solía poner alguna
foto mía).
Días después, decidí ir sola al
pueblito. Al pasar frente a una casa, vi en el jardín al hombre del río. Al
verme dijo en voz alta:
—¡Mamá Gretchen, ven a conocer a la
nieta de la bruja!
Me detuve de golpe. Una mujer bella
(deduzco, mayor que mi abuela), salió de la casa y se acercó a las rejas,
preguntando qué necesitaba. Solo dije:
—Quiero que su hijo pida disculpas, por
llamar bruja a mi abuela Sara.
La mujer, palideció al escuchar el
nombre, y dirigiéndose al señor le exigió la disculpa.
Regresé y fui al único lugar donde
—sabía— la encontraría:
—Abuela ¿quién es esa señora rubia de
nombre Gretchen?
—¿Por qué? —dijo, sin mirarme.
—Porque…
—Si —respondió antes que yo terminara
la frase—. Ella y tu madre, son, una gota de agua… Y siguió fregando en la
tina.
Esas palabras, descorrieron un velo en
mí, y ahora, quería “ver” lo que había detrás…
Salí corriendo hacia la habitación y me
arrojé sobre la cama. Un sigilo sacramental inundaba la casa que, me enfrentaba
a una penitencia mental de preguntas, sin respuestas.
Al día siguiente, y para despejar mi
mente de tanta confusión, fui al río. Regresé un par de horas después, mientras
estaba llegando, vi a la abuela entrar en la casa. Al salto aproveché para
acerarme a la tina.
Sobre la tabla de lavar, había dos
pañales enjabonados, inconscientemente los tomé con ambas manos y los estrujé
contra mi pecho. El agua enjabonada fue chorreando por mi Short y mis piernas…
Un viento repentino comenzó a mover los
caireles y las cintas. Intrigada miré hacia arriba… Un cielo verde giraba, me
sentía mareada…Fui retrocediendo en el tiempo, hasta los pañales nuevos…Y pude
sentir, la soledad de la abuela Sara…
Luego, por un espiral de luz,
estremecida, regresé en mí, y miré en mis manos los pañales desgastados de
tanto lavado sobre lavado, tan blancos que herían mis ojos…Y, sin comprender lo
que sucedía, balbuceé—: ¿Cuántas veces habrás llorado sobre ellos, abuela?
Cuando todo (en mí y en el entorno) se
aquietó, la abuela Sara estaba frente a mí.
—Tengo el presentimiento de que me
ocultas algo, abuela.
—Así es Rocío… ¡Así es! —respondió,
sacando de mis manos los pañales…Se abrazó a ellos y comenzó a contarme:
—Mi madre, fue la “comadrona” y la
“sanalotodo” del lugar—. A ella se lo había enseñado su madre…
«Una noche llegó a casa un hombre,
habló con mi madre y cuando él se fue, ella puso en mis brazos un bulto que se
quejaba y se movía…Y me dijo—: Desde este instante ¡es tu hija! ¡Y ni se te
ocurra contar esto en el pueblo!
«Yo tenía por aquel entonces, catorce
años…
«Diez años después, mi madre enfermó,
antes de morir me confesó quién era aquél hombre... Entonces, —como
protección—, empecé a colgar «cosas» en los árboles, para que nadie se
acercara…
«Y así comenzó mi fama de bruja.
—¿No tengo ni una pizca de tu sangre,
abuela?
—Sí que tienes algo de mí —contestó
sonriendo y me abrazó tan fuerte, tanto que sentí a su corazón, galopar lento,
esforzándose por alcanzar el mío: brioso y joven.
***
El día de la despedida, me apretujó
entre sus brazos. Yo le prometí que volvería... Ella secaba sus lágrimas
mientras decía:
—¡Vuelve cuando quieras Rocío!… ¡No te
olvides de besar a tu madre por mí!… Toma, desde hoy, te pertenece… Es un “nudo
de brujas”.
Y quitó el amuleto de la cinta roja que
llevaba siempre al cuello. Lo colocó en mi mano, sopló tres veces sobre él, y
agregó:
—Llévalo con vos, siempre, te
protegerá.
Poco entendía de lo que hablaba, pero si,
podía sentir al mirar sus ojos —profundamente cansados y tristes—, su orfandad
de cariño.
—¡Cuídate abuela! Le rogué y la
acaricié. Ella apretó mi mano en su cara intentado perpetuarla.
Me alejé arrastrando mi maleta-viajera.
Me di vuelta varias veces para saludarla, con la mano, hasta el momento en que
desapareció en ese universo verde.
Mientras más me alejaba, “la voz del
viento” en los caireles, fue apagándose, hasta que todo se hizo silencio, en mi
silencio.
El amuleto, sobre mi pecho… brillaba.
***
Racimos: poesía y narrativa / Beatriz Teresa Bustos. -1ra ed.- San Francisco: Beatriz Teresa Bustos, 2020.
ISBN 978-987-86-3044-1