jueves, 28 de enero de 2021

“Nudo de brujas”



Arribé a El Galpón, un pequeño municipio de Salta, al mediodía. Tomé el sendero polvoriento que me llevaría directamente a la casa de mi abuela Sara —según el croquis hecho por papá—, ubicada a doscientos metros del Río Juramento.

 Una sensación extraña inspiraba el entorno. De los árboles colgaban cintas negras, cruces, huesos de animales, sapos secos…

 Me detuve a metros de la casa. Bajo un árbol añoso, colgaba un extraño carillón.

—¡Es la voz del viento! —manifestó una voz a mis espaldas—. Atrapa a los que se acercan. Basta colgarlo y dejar que haga su trabajo…

Giré, y allí, estaba mi abuela (la reconocí por la foto carnet que mamá lleva en su billetera). Vestida de oscuro y con un colgante de metal que, me intrigó... Tenía su piel morena, muy deslucida. El cabello, encanecido, descuidado y muy largo; raro para sus setenta años.

—¡Qué haces aquí, Rocío! En este lugar no hay nada para una jovencita como vos…

—No digas eso, abuela. Quiero pasar este verano aquí, conocemos como lo que somos….

Guardó silencio unos segundos, luego, descorrió sus arrugas con una sonrisa y me abrazó torpemente. Yo solté la maleta-viajera y rodeé su cintura. Su aroma a romero, entró hasta el último rincón de mi cerebro.

—¡Sos igualita a tu mamá, Rocío¡ —comentó, después de besarme en la frente.

Entramos en la casa.  Prendió una vela, por su luz comenzaron a emerger desde la oscuridad, los muebles, como fantasmas expectantes.

Camino a la habitación que yo usaría, me llevé por delante una figura…

—¿Qué es esto abuela? —grité asustada. Ella, para hacerme sentir segura —creo—, me tomó del brazo mientras comentaba: 

—Para tus necesidades, está la “letrina”, queda detrás de la casa, después te la enseño…Por la noche, si no te “aguantas”, tengo una escupidera…Esta es la pieza que vas a usar, ahorita, te abro la ventana para aireártela…

¡Hace tanto que no se usa…!¡Aaaaños que nadie viene por aquí! —comentó, y me sonó a reproche

La ventana se rasgó en luz y el día rompió las paredes con olor a cerrado…Y vi que, solo tenía una cama, un ropero y, no había espejo en la habitación, (qué lástima pensé. ¡con lo que me gustan!).

Deje mis pertenencias y fuimos a la cocina.  Colocó la vela en medio de la mesa y mientras avivaba el fuego de la cocina a leña dijo…

—Mientras te recaliento algo, podes ir a conocer el río…Si agarras ese caminito, te lleva hasta allí…

Ya en el río, me senté bajo un árbol a meditar si había hecho bien en venir a un lugar así.

—¡Sal de ahí, muchacha! La sombra de ese árbol no es buena —gritó un señor, quien, acercándose, me preguntó si era de por aquí.

—Vengo de Buenos Aires a visitar a mi abuela. Vive en aquella casa…

—Aaaa ¿Sos la nieta… de la bruja?

Incómoda por sus palabras, me despedí y regresé.

— Abuela, ¿un hombre te llamó bruja?, ¿por qué?

Dejó sobre la mesa un plato con dos empañadas, llenó un vaso con agua y guardó silencio.

***

Pasar todo el verano con ella era mi intención, pero había momentos, principalmente por la noche, me desbordaban las ganas de preparar mis cosas y largarme... (tal vez, a mamá le sucedió los mismo, y cuando conoció a papá un verano, se fue no regresó nunca más).

Aquí no existen los horarios, la vida pasa inadvertida… La abuela, se levanta apenas la mañana se filtra entre la arboleda.

Durante el día habla muy poco conmigo, anda las santas horas, caminando de la casa al patio…o por sus pensamientos…Y no entiendo por qué pasa tanto tiempo fregando en la tina que está detrás de la casucha. 

A pesar de todo eso, empecé a comprender su manera de ser. No habrá sido fácil la vida en un lugar como este.

—Abuela, cuando vayas al pueblo te acompaño, quiero…

—Después que tu madre se fue, dejé de ir al pueblo —respondió secamente.

(Entonces, entendí los envíos de mercaderías que mamá hacía cada dos meses, en las cuales, solía poner alguna foto mía).

Días después, decidí ir sola al pueblito. Al pasar frente a una casa, vi en el jardín al hombre del río. Al verme dijo en voz alta:

—¡Mamá Gretchen, ven a conocer a la nieta de la bruja!

Me detuve de golpe. Una mujer bella (deduzco, mayor que mi abuela), salió de la casa y se acercó a las rejas, preguntando qué necesitaba. Solo dije:

—Quiero que su hijo pida disculpas, por llamar bruja a mi abuela Sara.

La mujer, palideció al escuchar el nombre, y dirigiéndose al señor le exigió la disculpa.

Regresé y fui al único lugar donde —sabía— la encontraría:  

—Abuela ¿quién es esa señora rubia de nombre Gretchen?

—¿Por qué? —dijo, sin mirarme.

—Porque…

—Si —respondió antes que yo terminara la frase—. Ella y tu madre, son, una gota de agua… Y siguió fregando en la tina.

Esas palabras, descorrieron un velo en mí, y ahora, quería “ver” lo que había detrás… 

Salí corriendo hacia la habitación y me arrojé sobre la cama. Un sigilo sacramental inundaba la casa que, me enfrentaba a una penitencia mental de preguntas, sin respuestas.

Al día siguiente, y para despejar mi mente de tanta confusión, fui al río. Regresé un par de horas después, mientras estaba llegando, vi a la abuela entrar en la casa. Al salto aproveché para acerarme a la tina.

Sobre la tabla de lavar, había dos pañales enjabonados, inconscientemente los tomé con ambas manos y los estrujé contra mi pecho. El agua enjabonada fue chorreando por mi Short y mis piernas…

Un viento repentino comenzó a mover los caireles y las cintas. Intrigada miré hacia arriba… Un cielo verde giraba, me sentía mareada…Fui retrocediendo en el tiempo, hasta los pañales nuevos…Y pude sentir, la soledad de la abuela Sara…

Luego, por un espiral de luz, estremecida, regresé en mí, y miré en mis manos los pañales desgastados de tanto lavado sobre lavado, tan blancos que herían mis ojos…Y, sin comprender lo que sucedía, balbuceé—: ¿Cuántas veces habrás llorado sobre ellos, abuela?

Cuando todo (en mí y en el entorno) se aquietó, la abuela Sara estaba frente a mí.

—Tengo el presentimiento de que me ocultas algo, abuela.

—Así es Rocío… ¡Así es! —respondió, sacando de mis manos los pañales…Se abrazó a ellos y comenzó a contarme:

—Mi madre, fue la “comadrona” y la “sanalotodo” del lugar—. A ella se lo había enseñado su madre…

«Una noche llegó a casa un hombre, habló con mi madre y cuando él se fue, ella puso en mis brazos un bulto que se quejaba y se movía…Y me dijo—: Desde este instante ¡es tu hija! ¡Y ni se te ocurra contar esto en el pueblo!

«Yo tenía por aquel entonces, catorce años…

«Diez años después, mi madre enfermó, antes de morir me confesó quién era aquél hombre... Entonces, —como protección—, empecé a colgar «cosas» en los árboles, para que nadie se acercara…

«Y así comenzó mi fama de bruja.

—¿No tengo ni una pizca de tu sangre, abuela?

—Sí que tienes algo de mí —contestó sonriendo y me abrazó tan fuerte, tanto que sentí a su corazón, galopar lento, esforzándose por alcanzar el mío: brioso y joven.

 

***

El día de la despedida, me apretujó entre sus brazos. Yo le prometí que volvería... Ella secaba sus lágrimas mientras decía:

—¡Vuelve cuando quieras Rocío!… ¡No te olvides de besar a tu madre por mí!… Toma, desde hoy, te pertenece… Es un “nudo de brujas”. 

Y quitó el amuleto de la cinta roja que llevaba siempre al cuello. Lo colocó en mi mano, sopló tres veces sobre él, y agregó:

—Llévalo con vos, siempre, te protegerá.

 Poco entendía de lo que hablaba, pero si, podía sentir al mirar sus ojos —profundamente cansados y tristes—, su orfandad de cariño.

—¡Cuídate abuela! Le rogué y la acaricié. Ella apretó mi mano en su cara intentado perpetuarla.

Me alejé arrastrando mi maleta-viajera. Me di vuelta varias veces para saludarla, con la mano, hasta el momento en que desapareció en ese universo verde.

Mientras más me alejaba, “la voz del viento” en los caireles, fue apagándose, hasta que todo se hizo silencio, en mi silencio.

El amuleto, sobre mi pecho… brillaba.

 



***

   Racimos: poesía y narrativa / Beatriz Teresa Bustos. -1ra ed.- San Francisco: Beatriz Teresa Bustos, 2020.

   ISBN 978-987-86-3044-1

miércoles, 27 de enero de 2021

Marcadores fluorescentes



La conocí antes de la tragedia. Ese día, ella se sentó a mi lado en el banco de la plaza.  Restregó su espalda contra el respaldar, parecía que un dolor interno estaba a punto de reventarle el tórax. Por el brillo de sus ojos presentí que las lágrimas intentaban escapársele, luego me miró y me dijo que su nombre era Marila.

Abrió sobre sus muslos el diario del sábado anterior, lo reconocí por la foto de las torres gemelas en llamas de la portada; luego buscó la hoja de avisos clasificados; parecía una paleta tricolor.

Me contó —sin mirarme— que los trabajos que habían ido a ver el día lunes eran los repasados con marcador verde, los del día martes con marcador amarillo y el miércoles con marcador rosa. 

―Hoy es jueves —dijo casi agotada, y sólo vi uno de los que me quedaba por ver, pero, son tantas las mujeres que esperan dejar su currículum, que el tiempo se duplica.

Imprevistamente abolló el papel, lo metió en el bolso y se quedó mirando la vorágine que pasaba frente a nosotras, exiliada de la realidad.

―Si hasta se me hincharon los pies a consecuencia del peso del cuerpo, confesó; pero más hinchada tengo la yugular por la bronca.

Saco el diario del bolso con aparente tranquilidad, mordió el labio inferior y viajo por las palabras con el dedo acusador; iba saltando por los anuncios hasta que, para mí que lo miraba de reojo, los colores de la página se convirtieron en un espiral que me marearon.

Aquél malestar me recordó el día que le dije a Alfredo que estaba embarazada, quien dándome un empujón me estampó contra el ropero de su pieza y me respondió: yo me cuide, arreglártelas sola y no volvió a verlo más. 

 Después, mi padre me grabó a fuego con los puños, la palabra puta en el rostro, entonces me fui a vivir a la casa de mi abuela, que tiene un corazón inmenso...Estoy preocupada, no sé cómo voy para criar a mi niño, sin tener un trabajo…

—En una inspiración filosófica, comenté, ¿te digo lo que pienso Marila?, a nosotras la sociedad nos encasilló en sus parámetros...

—A voz te pasa lo mismo que a mí —respondió, mirándome a los ojos, esa maldita seudo-ciencia que con sus alternativas determinan cómo somos según nuestros actos: la grafología, los gestos, las miradas, la posición al estar sentada, el movimiento de las manos, la historia que cargamos, y miles de “chauchas” más...Ésas son las causales de que fuéramos descartadas en cinco minutos y que el temor se apoderara de nosotras...

—Piensa Marila —respondí, dejando escapar una sonrisa irónica. No ignoro la existencia del trastorno de la personalidad, pero para mí, la gente mezcla las cosas. Yo estoy de acuerdo con eso de que los sucesos de la vida te marcan, los dolores te dejan profundas y sangrantes huellas, que la depresión te destruye, el odio te aniquila, el abandono mata, la violencia familiar nos marca a fuego, la violencia verbal desintegra el alma, la desidia y otras yerbas asesinan lentamente y...

―Sabes que es lo que más me duele —dijo ella cortando mi filosófica inspiración—, es ver cómo me descartan del sistema, diariamente alguien con ojos de analista me mira de arriba abajo y dice: Ud. no está apta para este trabajo. Yo creo que no tenemos igualdad en las oportunidades.

―Mira querida, —respondí—, lo peor es la hipocresía y la incoherencia que hay en la sociedad, me revienta escuchar tan livianamente, a los que creen saberlo todo, que una caricia de más es manoseo y si uno no acaricia es un desamorado o reprimido. Si aceptar sin ver es tener fe, ¿por qué cuando uno cree, pero no acepta, es desafiar a Dios?  Dios nos dio el poder para elegir entre dos cosas buenas, porque sobre las cosas malas siempre nos dice...no.

De repente Marila se puso de pie y comenzó a gritarles a los circunstanciales peatones:

—¿Hacia dónde van mintiéndose que nada sucede?

Algunos se detuvieron unos segundos a mirarla, otros, creo, la mandaron al diablo por lo bajo; yo tiré del ruedo de su remera hasta hacer que se sentara otra vez.

―Si —dijo entre llantos—, por qué pierden el tiempo estudiando las actitudes humanas, enredadas por vaya a saber por cuál diablo y no se dan cuenta que los han deshumanizado. Yo también tengo necesidad de trabajar, y también amo y razono como ellos... ¡qué carajo!...

Después, ya más tranquila, se levantó, arregló su falda, me regaló un doloroso “chau” y lentamente fue bebiéndose la avenida hasta emborracharse con el sol del mediodía.

Días después, antes que la mañana se rajara en luz, la hallaron de cubito dorsal sobre el banco de la plaza, dicen que fue un infarto. Entre lágrimas, me contó su madre en el velatorio, que cuando la policía le avisó del infortunio, su nieto de cuatro años estaba esperándola con los marcadores fluorescentes sobre la mesa para pintar los cuadros....

Entonces rememoro aquél día, cuando Marila me confesó: 

—Sabes, mi hijito, cada vez que salgo de casa, me pregunta:

—Mami, ¿cuántos cuadritos tienes que pintar para ganar un trabajo?  Como nos reímos ese día…

Pero, en este momento tan triste, la desesperación se me trepa a los ojos y comienzo a llorar por ella...y por mí.

***

 Libro "Paloma roja": poesía narrativa / Beatriz Teresa Bustos; 1a ed. adaptada:  ISBN 978-987-778-103-8 -diciembre 2018


 

El ángel

 


Se apaga la última estrella. Cómo daré sin dudar el paso, sin temer a la profundidad. Atrás quedaron las luces de neón con sus engaños, con sus marionetas bamboleándose entre las bocanadas espesas, con los labios desparramados sobre las copas, con sus historias confusas, con el mañana perdido en su propia desolación, con los párpados cansados.

Me pierdo entre la aurora que deforma las siluetas que se deslizan sobre la cinta gris donde ruedan los sueños.

Como atalaya que olvidó la noche estoy frente a él, icono silente. Es gris, tan gris que pesa. Me abro a su mutismo y retumba en su interior mi silencio. En lo recóndito de su ser resuena la nada, de rodillas y por un resquicio de su falda me asomo a su abismo y veo cientos de rostros que acunan en sus ojos lavas grises que les dejó la rutina al pasar.

Miles de cuerpos que deambulan harapientos, mendigando calor. Una peregrinación pasa frente a mí, imágenes de un tiempo deslucido, con sus rostros agrietados, pergaminos amarillentos, surcos donde las vivencias sembraron sabiduría y hoy a sus frutos los consume el olvido. Invade todo el espacio una desidia sin final, ni un color, ni una flor.

Por su brazo derecho avanza un ejército de rostros desencajados, reflejos de una furia contenida A las puertas del gran santuario de su boca veo una multitud con semblantes de religiosidad, en cuyos corazones tienen clavado un rayo de amor desfigurado.

Observo los rostros de sus dioses vacíos de poder, divinidades opacas vestidas de falso cilicio. En las cavernas de sus pies hay un sin número de cuerpos enlazados en una vehemencia desenfrenada: rostros pálidos, sepulcros, vasijas que hieden.

Desde el recodo de su ala derecha asoman miles de rostros jóvenes portando el estandarte del desengaño.

Por el otro costado avanzan unos pocos, exhibiendo la vanagloria de la vida. En los cóncavos nidos de sus manos yacen inocentes recién nacidos, ángeles derribados con sus carnes transparentes a las que sólo las recubre una fina gasa de piedad.

Los rostros se multiplican, bullen; miro hasta lo soportable y, aterrada cierro los ojos. Al erguirme veo que la luz ha sumergido el lugar por completo, trae en ella un vuelo de palomas que regresan de la fuente del milagro y se posan a los pies de la angelical figura de cera. Su frágil dureza sucumbe ante los rudimentos de la luz.

Renace cada día entre este sin fin de cruces cotidianas que el orbe carga sin sentido. El día me pinta un arco iris en la mirada y casi a tientas dejo al pie de la imagen unas migas de pan.

Me alejo…Ella se queda allí, estática. Una pobre reseña de la fe.

 ***

Libro "Paloma roja": poesía narrativa / Beatriz Teresa Bustos; 1a ed. adaptada:  ISBN 978-987-778-103-8 -diciembre 2018

Soliloquio

 

Antoine Laffont era la tercera generación dueña de las tierras, tenía mirada burlona y atropellaba con sus gestos.

Yo venía de un poblado donde el hambre del país, a principios de siglo, había hecho estragos en hombres y animales. Lo abandoné cuando me dieron un puesto como maestra en la estancia “La Abella”, propiedad de los Laffont.

―¿Cómo te llamas muchacha?

―Riesa Mansur Sr. ―respondí.

―Riesa… ¿Qué significa? ―preguntó, mientras caminaba a mí alrededor.                

―Teresa en árabe ―respondí, desviando su mirada penetrante sobre mis verdes ojos, herencia de mi abuela mozárabe.

―¿Años?

―Veinte ―dije casi ahogada.

―Así que ¡maestra!, ¡miren los aires de la mocita!

―Escucha bien muchacha, te vas a levantar a las cinco, y cuando mi esposa te lo ordene, le ayudas…Enseñarás a escribir y leer a la peonada ya entrada la noche… ¡Te queda claro, Riesa!

Sin esperar respuesta, pasó por mi costado, hizo que su hombro golpeara el mío; levanté mi mano y la cerré sobre el crucifijo, el temor se fue trepando lentamente por mis piernas hasta alcanzar mis lágrimas. 

Confieso que sentía envidia de la señora. Extrañas sensaciones mi motivaban a compararla conmigo. Ella caminaba grácilmente, su voz era dulce, de piel blanca; en cambio, yo tenía el cabello negro azabache, hasta la cintura, ensortijado y, la piel oscura y firme.

Una madrugada el patrón me sobresaltó con sus gritos:

―¡Riesa, levántate, cuida a mi esposa, yo voy a buscar al doctor al pueblo!

Me acerqué a la cama, la señora estaba con sus últimos resuellos, me tomó del camisón y balbuceó:

―Riesa… las cartas que están en mi secreter… quémalas…

Luego su mano se desplomó sobre la sábana de seda blanca, y se quedó mirando un punto incierto en mi rostro. A la tarde siguiente, la sepultamos.

Dos meses después, cuando yo unía cuadros a la manta de mi camastro, con una aguja de colchonero, unos gritos revolucionaron la estancia. Borracho y desaliñado, el patrón venia gritando mientras arrojaba las cosas que estaban a su paso (a esa hora todos los peones estaban en sus casuchas).

Entró en mi cuarto y se lanzó como una furia sobre mí, puso la tenaza de su mano derecha en mi garganta y comenzó a apretar, metió su mano izquierda bajo mi falda…luche con desesperación, después, mi mente se volvió silenciosa oscuridad…

 

Cuando desperté, Juan estaba a mi lado, como único consuelo me dijo, no es tu culpa mujer...

Desde ese día comenzó a deteriorarse la salud del patrón, la fiebre lo iba anidando; empezó a comer menos y se debilitó tanto que ya no se levantaba de la cama. Una noche mandó por mí…

―¿Dónde escondiste las cartas, muchacha tonta? 

―Señor, yo no las tomé ― respondí.

―¡Dámelas! ¡Dámelas! Gritaba descontrolado....   

Busqué en las pertenencias de la señora, hasta que las encontré. Al mirar la escritura del primer sobre me espanté, la señora, había escrito las cartas untando el plumón en su propia sangre. 

De repente, para mi mal, el señor empezó a chasquear la lengua, se le extravió la mirada, comenzó a dar pequeños respingos sobre el lecho. Entonces comencé a pedir ayuda y por el miedo, las cartas cayeron al piso...Nadie contestó a mi llamado.

Días después depositamos su cuerpo junto al de su esposa. Esa misma noche, sin que nadie sospechara, tomé las cartas y las oculté entre mis pertenencias.

Sussete Laffont llegó en la madrugada a tomar posesión de la estancia, pero a los tres meses de su llegada, decidió abandonar todo y llevarse al niño a Francia; también a Juan lo llevaría con ella, como jardinero. A los demás nos pagó, lo que según ella creía era lo merecido y se marchó... La estancia se fue durmiendo en el paisaje.

La culpa fue de Juan que, para aliviar su conciencia le contó a Sussete lo de aquella noche, él la trajo hasta mí para quitarme a mi hija recién nacida y nos obligó (bajo amenaza de muerte) a jurar sobre el libro Santo, como testigos de que la niña (mi hija: consecuencia de aquella noche), era hija de la señora y que ésta había muerto en el parto. 

―Ni una gota de sangre de los Laffont andará “por ahí” ―dijo, luego me escupió en la cara y se marchó con parte de mí entre sus brazos.

 

Es culpa de Juan que yo, después de muchos años, esté en la casa del juez de Paz, porque a la muerte de su tía, la hija menor de don Antoine regresó de Europa y quiere restaurar la estancia, también, recopilar la historia de los Laffont.

Sé que la única historia que ella quiere saber es la suya. (Porque “la otra historia”, he jurado no contarla).

―Yo, aquella noche, le clavé a don Antoine Laffont la aguja de colchonero a la altura del abdomen, se la enterré con todas las fuerzas que me daba la desesperación...


La culpa es de Juan ―culpa que agradezco―, de que yo esté frente a los profundos ojos verdes de Isabelle Laffont, y no sé por cuánto tiempo más podré resistir, sin abrazarla y llorar…

          

 ***

Libro "Paloma roja": poesía narrativa / Beatriz Teresa Bustos; 1a ed. adaptada:  ISBN 978-987-778-103-8 -diciembre 2018

Umbrales



“Tú eres el camino el umbral los escalones “ 

Ivan Malinowski

 I

Cada vez que entro en la habitación sufro el mismo impacto. La luz del pasillo da sobre el espejo y mi figura aparece de golpe, como si fuera un fantasma, desesperada busco la tecla de la luz y recién al encenderla, se disipa de mi alma ese temor por mí misma; es que el espejo antiguo que fue de mi abuela, parece un nigromante intentando revelarme algo.

Mi madre no cambió nada de lugar en la habitación, ¿la razón?, desde que concurre a seminarios, donde se habla sobre la hipótesis física de que hay evidencias de los universos paralelos, vive obsesionada. Se la pasa explicándome sobre esos posibles “umbrales” que pueden abrirse en cualquier momento y lugar…

Pienso que la pobre, esta algo confundida, pero no me animo a decirle que se haga tratar por un psicólogo. Hace momentos, me ordenó que buscara unos documentos en el último cajón de cómoda que fue de mi abuela.

Me dio trabajo abrir el cajón, parecía que una mano invisible lo sujetaba desde adentro y, cuando pude hacerlo, por la misma fuerza que yo había ejercido sobre él, cayó al suelo. El piso se cubrió de fotografías, cartas y papeles. Luego de recogerlos, me puse de pie y vi sobre la cómoda, el pequeño y raro cofre de color rojo, que desde que tengo uso de razón, tanto la abuela como mamá, me prohibían tocar.

―Lina, ¿encontraste lo que te pedí? No estés curioseando en las pertenencias de la abuela ―gritó mi madre, asegurándose de que la oyera bien.

―Sí, no te preocupes ―respondí; luego, le llevé los papeles.

―¿Cerraste la puerta?  ¿Apagaste la luz? ―decía mientras los revisaba.

―Aún no, esperaba que me dijeras si estos son los documentos que necesitas… Mamá ¿puedo ver lo que hay dentro del cofre rojo? El que está sobre la cómoda.

―No. No puedes ―respondió, un tanto nerviosa. Solamente te permito observarlo, pero no lo abras. No-lo-a-bras, ¿entendiste?, ordenó tomándome de la barbilla y fijando sus ojos en los míos.

Asentí con la cabeza y fui presurosa a contemplar el cofre. Lo miré por todos sus lados, pero, la intriga me venció, levanté la tapa lentamente y… una sensación de vértigo me arrobo.

Con espanto vi que el espejo se me venía encima y me tragaba su mar helado, desesperada no podía controlar mi cuerpo, intentaba con mis manos “asirme de algo” sin poder lograrlo. Fueron segundos interminables viajando en esa fuerza desconocida, la que luego me arrojó en un espacio blanco, donde había tres espejos de grandes dimensiones.

La fuerza desconocida me colocó frente al primero, en el, pude contemplarme a mí misma, y, en una sucesión de imágenes retrocedí hasta llegar a las entrañas de mi madre; podía oír los latidos de su corazón.

Luego, esa energía, me sacó de allí y me llevó el segundo espejo, deduje mentalmente que, si en el primero pude ver mi pasado, en este podría saber algo sobre mi futuro, pero, decepcionada descubrí que no había nada, ninguna secuencia de mi futuro…

Y por último me llevó al tercer espejo, donde me vi muy viejita, sentada en una mecedora. Por un instante contemplé la escena. Pero, ¡esa es la habitación de la abuela y sobre la cómoda está el cofre rojo! De repente la mujer giró la cabeza, nuestras miradas se encontraron por unos segundos, me sentí descubierta, entonces, di un paso hacia atrás...

¿Será posible lo que pregona mi madre?

Si es así, ¿para la mujer que está detrás del espejo, yo soy un “déja vu”? Y para mí, ¿ella, era un “déjà vecu”? ¿O acaso sería un “alter vu”?  Aquello, ¿era un recuerdo paralelo? ¿Una misma alma dividida en dos miradas?

Creí haber enloquecido, entonces, corrí hasta el primer espejo y me arrojé en él. La turbulencia de ese mar desconocido fue arrastrándome y en un momento, ante mis ojos despavoridos, pasó en sentido contrario y, de manera vertiginosa, una figura humana.

Mareada y angustiada, sin noción de lo que ocurría, sentía que iba cayendo como en un abismo hasta que perdí el conocimiento…

II

Al volver en mí, estaba acostada en una cama, las cosas ya no giraban; abrí los ojos lo más grandes que podía, intentando ubicarme en espacio y tiempo. Intenté moverme, pero mi cuerpo estaba atado a la cama, al verme así, comencé a gritar desaforadamente, tanto que mi propio grito me aturdía.

—¿Mamá, mamá que te sucede? —preguntó una mujer joven.

La miré desconcertada... No la conocía…

 ―¿Quién eres? ―dije.

―Soy tu hija. ¿Quién más podría ser? ―respondió, sorprendida.

―¿Dónde está el cofre rojo? ¡Seguro que lo escondite!, gritaba yo enfurecida, tratando de liberar mis brazos de las correas que me sujetaban...

―Mamá, ¡por favor!, ¿olvidaste que ayer le regalaste el cofre a Julia?

―¿Julia? ¿Quién es Julia? ¡Quiero el cofre! ¡Tráeme el cofre rojo! ¿Quién es Julia?

―Julia es mi hija y tu nieta, mamá.... ¿No lo recuerdas? Hace unos momentos estaba aquí contigo. Mamá, tranquilízate, no te preocupes por nada...

―Yo seguía gritando enloquecida―: ¡El espejo! ¡El espejo! ¿Dónde está el espejo? ¿Dónde está el espejo?

―Está en el lugar de siempre … ¡tranquila mamá, por favor!

Con dificultad levanté la cabeza de la almohada y miré sobre la cómoda, el cofre no estaba...Busqué con la mirada el espejo y lo vi, entonces comencé a decir en voz alta:

―¡Trágame espejo! ¡Trágame espejo! Lo dije hasta el cansancio.

Horas más tarde, entregada a ese misterio, miré el espejo y comprendí que era un “umbral” hacia otro tiempo, y en él, ahora, estaba viendo a mi madre entrar en la habitación de mi abuela, hablándole a la niña que está en el lecho:

III

―Lina, hija, ¿por qué tardas en…………? Pero, ¿qué haces acostada en la cama de la abuela? ¿Qué te sucede? ¡Estas pálida!

―Lina… ¿Abriste el cofre? ¿Lo hiciste? ¿Por qué desobedeciste?  ¡No me mires como si fuera una extraña! ¡No me preocupes, di algo…!

 

―Mi nombre, es Julia…señora.

 

 ***

Libro "Paloma roja": poesía narrativa / Beatriz Teresa Bustos; 1a ed. adaptada:  ISBN 978-987-778-103-8 -diciembre 2018

*déja vu : “ya visto"/ *déjà vecu: “aquello que siento que ya viví”/ *alter vu : “recuerdos paralelos” 

Premonición

 

Es la hora más oscura de la noche.

Oigo que una caravana de eslabones, avanza por la roldana. Me acerco al ventanal. En medio de las tinieblas creo ver que alguien se arroja al túnel escuro del aljibe y oír cómo se estrella en el ojo de agua...

Una voz me sobresalta:

―Hija, tus pastillas.

Su amorosa mano, deja al desnudo el borde de otro pozo.

 

 ***

Libro "Paloma roja": poesía narrativa / Beatriz Teresa Bustos; 1a ed. adaptada:  ISBN 978-987-778-103-8 -diciembre 2018

Destino

 

Ayer, papá me gritó:

—¡Parásito! ¡Egoísta! ¡No te mantengo más! ¡Hacete cargo de tu vida!

Y gracias a él, camino bajo la lluvia, empapada, con un frío insoportable y con esas palabras punzándome la mente.

¡Maldito pronóstico! Cielo despejado, ja, ja, ja, ¿acaso no sé que el clima puede cambiar en media hora?

¡Cómo me duelen los tobillos de tanto hacer equilibrio con las sandalias! Para colmo no veo un mísero taxi. ¿Dónde están los que siempre quieren llevarme a “cualquier lado”?

¡Otro chaparrón y me vuelvo a casa!

Hoy no tendría que haberme levantado…Cuando el día comienza mal parido, así termina. ¡¿Justo hoy llueve?! Hoy que tengo la entrevista. Algo me decía que no saliera…

¡Por qué no escuché el consejo de mamá! el día que me dijo:

—Cásate con quien te quiera de verdad, no le importará las máscaras que utilices.

Quien más me quiso fue Gabino, sufrió tanto cuando le respondí: —¿Amarte? ¿Qué es eso? El Soñaba con hijos y bla bla bla, en cambio yo, además de pensar en mí, quería ir a la universidad… Cuando nos despedimos me aseguró que me esperaría eternamente, ¡claro que no lo creí!

¡Mira ese desgraciado la velocidad que trae! ¡Huy! que baldazo… Y ahora ¿qué voy a hacer? ¡Estoy chorreando agua! ¡Qué bronca!, ¡si hasta la cartera es un mar!

Sólo a una inútil como yo se le ocurre usarla como paraguas. Bueeeeno…total es un puesto de telefonista, no para modelo.

Noooo… ¡mira cómo quedó el currículo!, ¡qué mala suerte, está hecho un mar!

A ver la dirección en la tarjeta… creo que es aquí…si…aquí es… ¡Por fin! …Piso…Oficina…mmm...Director: Sr. Gabino Oroñez. ¿Gabino Oroñez? ¡Mi Gabino! ¡Por Dios y todos los santos!

¿Me reconocerá sin maquillaje?

***

Libro "Paloma roja": poesía narrativa / Beatriz Teresa Bustos; 1a ed. adaptada:  ISBN 978-987-778-103-8 -diciembre 2018