La conocí antes de la tragedia. Ese
día, ella se sentó a mi lado en el banco de la plaza. Restregó su espalda contra el respaldar,
parecía que un dolor interno estaba a punto de reventarle el tórax. Por el
brillo de sus ojos presentí que las lágrimas intentaban escapársele, luego me
miró y me dijo que su nombre era Marila.
Abrió sobre sus muslos el diario
del sábado anterior, lo reconocí por la foto de las torres gemelas en llamas de
la portada; luego buscó la hoja de avisos clasificados; parecía una paleta
tricolor.
Me contó —sin mirarme— que los
trabajos que habían ido a ver el día lunes eran los repasados con marcador
verde, los del día martes con marcador amarillo y el miércoles con marcador
rosa.
―Hoy es jueves —dijo casi agotada,
y sólo vi uno de los que me quedaba por ver, pero, son tantas las mujeres que
esperan dejar su currículum, que el tiempo se duplica.
Imprevistamente abolló el papel, lo
metió en el bolso y se quedó mirando la vorágine que pasaba frente a nosotras,
exiliada de la realidad.
―Si hasta se me hincharon los pies
a consecuencia del peso del cuerpo, confesó; pero más hinchada tengo la yugular
por la bronca.
Saco el diario del bolso con
aparente tranquilidad, mordió el labio inferior y viajo por las palabras con el
dedo acusador; iba saltando por los anuncios hasta que, para mí que lo miraba
de reojo, los colores de la página se convirtieron en un espiral que me
marearon.
Aquél malestar me recordó el día
que le dije a Alfredo que estaba embarazada, quien dándome un empujón me
estampó contra el ropero de su pieza y me respondió: yo me cuide, arreglártelas
sola y no volvió a verlo más.
Después, mi padre me grabó a fuego con los puños,
la palabra puta en el rostro, entonces me fui a vivir a la casa de mi abuela,
que tiene un corazón inmenso...Estoy preocupada, no sé cómo voy para criar a mi
niño, sin tener un trabajo…
—En una inspiración filosófica,
comenté, ¿te digo lo que pienso Marila?, a nosotras la sociedad nos encasilló
en sus parámetros...
—A voz te pasa lo mismo que a mí
—respondió, mirándome a los ojos, esa maldita seudo-ciencia que con sus
alternativas determinan cómo somos según nuestros actos: la grafología, los
gestos, las miradas, la posición al estar sentada, el movimiento de las manos,
la historia que cargamos, y miles de “chauchas” más...Ésas son las causales de
que fuéramos descartadas en cinco minutos y que el temor se apoderara de
nosotras...
—Piensa Marila —respondí, dejando
escapar una sonrisa irónica. No ignoro la existencia del trastorno de la
personalidad, pero para mí, la gente mezcla las cosas. Yo estoy de acuerdo con
eso de que los sucesos de la vida te marcan, los dolores te dejan profundas y
sangrantes huellas, que la depresión te destruye, el odio te aniquila, el
abandono mata, la violencia familiar nos marca a fuego, la violencia verbal
desintegra el alma, la desidia y otras yerbas asesinan lentamente y...
―Sabes que es lo que más me duele
—dijo ella cortando mi filosófica inspiración—, es ver cómo me descartan del
sistema, diariamente alguien con ojos de analista me mira de arriba abajo y
dice: Ud. no está apta para este trabajo. Yo creo que no tenemos igualdad en
las oportunidades.
―Mira querida, —respondí—, lo peor
es la hipocresía y la incoherencia que hay en la sociedad, me revienta escuchar
tan livianamente, a los que creen saberlo todo, que una caricia de más es
manoseo y si uno no acaricia es un desamorado o reprimido. Si aceptar sin ver
es tener fe, ¿por qué cuando uno cree, pero no acepta, es desafiar a Dios? Dios nos dio el poder para elegir entre dos
cosas buenas, porque sobre las cosas malas siempre nos dice...no.
De repente Marila se puso de pie y
comenzó a gritarles a los circunstanciales peatones:
—¿Hacia dónde van mintiéndose que
nada sucede?
Algunos se detuvieron unos segundos
a mirarla, otros, creo, la mandaron al diablo por lo bajo; yo tiré del ruedo de
su remera hasta hacer que se sentara otra vez.
―Si —dijo entre llantos—, por qué
pierden el tiempo estudiando las actitudes humanas, enredadas por vaya a saber
por cuál diablo y no se dan cuenta que los han deshumanizado. Yo también tengo
necesidad de trabajar, y también amo y razono como ellos... ¡qué carajo!...
Después, ya más tranquila, se
levantó, arregló su falda, me regaló un doloroso “chau” y lentamente fue
bebiéndose la avenida hasta emborracharse con el sol del mediodía.
Días después, antes que la mañana
se rajara en luz, la hallaron de cubito dorsal sobre el banco de la plaza, dicen
que fue un infarto. Entre lágrimas, me contó su madre en el velatorio, que
cuando la policía le avisó del infortunio, su nieto de cuatro años estaba
esperándola con los marcadores fluorescentes sobre la mesa para pintar los
cuadros....
Entonces rememoro aquél día, cuando
Marila me confesó:
—Sabes, mi hijito, cada vez que
salgo de casa, me pregunta:
—Mami, ¿cuántos cuadritos tienes
que pintar para ganar un trabajo? Como
nos reímos ese día…
Pero, en este momento tan triste,
la desesperación se me trepa a los ojos y comienzo a llorar por ella...y por
mí.
***
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