miércoles, 27 de enero de 2021

Marcadores fluorescentes



La conocí antes de la tragedia. Ese día, ella se sentó a mi lado en el banco de la plaza.  Restregó su espalda contra el respaldar, parecía que un dolor interno estaba a punto de reventarle el tórax. Por el brillo de sus ojos presentí que las lágrimas intentaban escapársele, luego me miró y me dijo que su nombre era Marila.

Abrió sobre sus muslos el diario del sábado anterior, lo reconocí por la foto de las torres gemelas en llamas de la portada; luego buscó la hoja de avisos clasificados; parecía una paleta tricolor.

Me contó —sin mirarme— que los trabajos que habían ido a ver el día lunes eran los repasados con marcador verde, los del día martes con marcador amarillo y el miércoles con marcador rosa. 

―Hoy es jueves —dijo casi agotada, y sólo vi uno de los que me quedaba por ver, pero, son tantas las mujeres que esperan dejar su currículum, que el tiempo se duplica.

Imprevistamente abolló el papel, lo metió en el bolso y se quedó mirando la vorágine que pasaba frente a nosotras, exiliada de la realidad.

―Si hasta se me hincharon los pies a consecuencia del peso del cuerpo, confesó; pero más hinchada tengo la yugular por la bronca.

Saco el diario del bolso con aparente tranquilidad, mordió el labio inferior y viajo por las palabras con el dedo acusador; iba saltando por los anuncios hasta que, para mí que lo miraba de reojo, los colores de la página se convirtieron en un espiral que me marearon.

Aquél malestar me recordó el día que le dije a Alfredo que estaba embarazada, quien dándome un empujón me estampó contra el ropero de su pieza y me respondió: yo me cuide, arreglártelas sola y no volvió a verlo más. 

 Después, mi padre me grabó a fuego con los puños, la palabra puta en el rostro, entonces me fui a vivir a la casa de mi abuela, que tiene un corazón inmenso...Estoy preocupada, no sé cómo voy para criar a mi niño, sin tener un trabajo…

—En una inspiración filosófica, comenté, ¿te digo lo que pienso Marila?, a nosotras la sociedad nos encasilló en sus parámetros...

—A voz te pasa lo mismo que a mí —respondió, mirándome a los ojos, esa maldita seudo-ciencia que con sus alternativas determinan cómo somos según nuestros actos: la grafología, los gestos, las miradas, la posición al estar sentada, el movimiento de las manos, la historia que cargamos, y miles de “chauchas” más...Ésas son las causales de que fuéramos descartadas en cinco minutos y que el temor se apoderara de nosotras...

—Piensa Marila —respondí, dejando escapar una sonrisa irónica. No ignoro la existencia del trastorno de la personalidad, pero para mí, la gente mezcla las cosas. Yo estoy de acuerdo con eso de que los sucesos de la vida te marcan, los dolores te dejan profundas y sangrantes huellas, que la depresión te destruye, el odio te aniquila, el abandono mata, la violencia familiar nos marca a fuego, la violencia verbal desintegra el alma, la desidia y otras yerbas asesinan lentamente y...

―Sabes que es lo que más me duele —dijo ella cortando mi filosófica inspiración—, es ver cómo me descartan del sistema, diariamente alguien con ojos de analista me mira de arriba abajo y dice: Ud. no está apta para este trabajo. Yo creo que no tenemos igualdad en las oportunidades.

―Mira querida, —respondí—, lo peor es la hipocresía y la incoherencia que hay en la sociedad, me revienta escuchar tan livianamente, a los que creen saberlo todo, que una caricia de más es manoseo y si uno no acaricia es un desamorado o reprimido. Si aceptar sin ver es tener fe, ¿por qué cuando uno cree, pero no acepta, es desafiar a Dios?  Dios nos dio el poder para elegir entre dos cosas buenas, porque sobre las cosas malas siempre nos dice...no.

De repente Marila se puso de pie y comenzó a gritarles a los circunstanciales peatones:

—¿Hacia dónde van mintiéndose que nada sucede?

Algunos se detuvieron unos segundos a mirarla, otros, creo, la mandaron al diablo por lo bajo; yo tiré del ruedo de su remera hasta hacer que se sentara otra vez.

―Si —dijo entre llantos—, por qué pierden el tiempo estudiando las actitudes humanas, enredadas por vaya a saber por cuál diablo y no se dan cuenta que los han deshumanizado. Yo también tengo necesidad de trabajar, y también amo y razono como ellos... ¡qué carajo!...

Después, ya más tranquila, se levantó, arregló su falda, me regaló un doloroso “chau” y lentamente fue bebiéndose la avenida hasta emborracharse con el sol del mediodía.

Días después, antes que la mañana se rajara en luz, la hallaron de cubito dorsal sobre el banco de la plaza, dicen que fue un infarto. Entre lágrimas, me contó su madre en el velatorio, que cuando la policía le avisó del infortunio, su nieto de cuatro años estaba esperándola con los marcadores fluorescentes sobre la mesa para pintar los cuadros....

Entonces rememoro aquél día, cuando Marila me confesó: 

—Sabes, mi hijito, cada vez que salgo de casa, me pregunta:

—Mami, ¿cuántos cuadritos tienes que pintar para ganar un trabajo?  Como nos reímos ese día…

Pero, en este momento tan triste, la desesperación se me trepa a los ojos y comienzo a llorar por ella...y por mí.

***

 Libro "Paloma roja": poesía narrativa / Beatriz Teresa Bustos; 1a ed. adaptada:  ISBN 978-987-778-103-8 -diciembre 2018


 

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