miércoles, 27 de enero de 2021

El ángel

 


Se apaga la última estrella. Cómo daré sin dudar el paso, sin temer a la profundidad. Atrás quedaron las luces de neón con sus engaños, con sus marionetas bamboleándose entre las bocanadas espesas, con los labios desparramados sobre las copas, con sus historias confusas, con el mañana perdido en su propia desolación, con los párpados cansados.

Me pierdo entre la aurora que deforma las siluetas que se deslizan sobre la cinta gris donde ruedan los sueños.

Como atalaya que olvidó la noche estoy frente a él, icono silente. Es gris, tan gris que pesa. Me abro a su mutismo y retumba en su interior mi silencio. En lo recóndito de su ser resuena la nada, de rodillas y por un resquicio de su falda me asomo a su abismo y veo cientos de rostros que acunan en sus ojos lavas grises que les dejó la rutina al pasar.

Miles de cuerpos que deambulan harapientos, mendigando calor. Una peregrinación pasa frente a mí, imágenes de un tiempo deslucido, con sus rostros agrietados, pergaminos amarillentos, surcos donde las vivencias sembraron sabiduría y hoy a sus frutos los consume el olvido. Invade todo el espacio una desidia sin final, ni un color, ni una flor.

Por su brazo derecho avanza un ejército de rostros desencajados, reflejos de una furia contenida A las puertas del gran santuario de su boca veo una multitud con semblantes de religiosidad, en cuyos corazones tienen clavado un rayo de amor desfigurado.

Observo los rostros de sus dioses vacíos de poder, divinidades opacas vestidas de falso cilicio. En las cavernas de sus pies hay un sin número de cuerpos enlazados en una vehemencia desenfrenada: rostros pálidos, sepulcros, vasijas que hieden.

Desde el recodo de su ala derecha asoman miles de rostros jóvenes portando el estandarte del desengaño.

Por el otro costado avanzan unos pocos, exhibiendo la vanagloria de la vida. En los cóncavos nidos de sus manos yacen inocentes recién nacidos, ángeles derribados con sus carnes transparentes a las que sólo las recubre una fina gasa de piedad.

Los rostros se multiplican, bullen; miro hasta lo soportable y, aterrada cierro los ojos. Al erguirme veo que la luz ha sumergido el lugar por completo, trae en ella un vuelo de palomas que regresan de la fuente del milagro y se posan a los pies de la angelical figura de cera. Su frágil dureza sucumbe ante los rudimentos de la luz.

Renace cada día entre este sin fin de cruces cotidianas que el orbe carga sin sentido. El día me pinta un arco iris en la mirada y casi a tientas dejo al pie de la imagen unas migas de pan.

Me alejo…Ella se queda allí, estática. Una pobre reseña de la fe.

 ***

Libro "Paloma roja": poesía narrativa / Beatriz Teresa Bustos; 1a ed. adaptada:  ISBN 978-987-778-103-8 -diciembre 2018

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Te agradecería un comentario sobre lo que has leido