jueves, 28 de enero de 2021

“Nudo de brujas”



Arribé a El Galpón, un pequeño municipio de Salta, al mediodía. Tomé el sendero polvoriento que me llevaría directamente a la casa de mi abuela Sara —según el croquis hecho por papá—, ubicada a doscientos metros del Río Juramento.

 Una sensación extraña inspiraba el entorno. De los árboles colgaban cintas negras, cruces, huesos de animales, sapos secos…

 Me detuve a metros de la casa. Bajo un árbol añoso, colgaba un extraño carillón.

—¡Es la voz del viento! —manifestó una voz a mis espaldas—. Atrapa a los que se acercan. Basta colgarlo y dejar que haga su trabajo…

Giré, y allí, estaba mi abuela (la reconocí por la foto carnet que mamá lleva en su billetera). Vestida de oscuro y con un colgante de metal que, me intrigó... Tenía su piel morena, muy deslucida. El cabello, encanecido, descuidado y muy largo; raro para sus setenta años.

—¡Qué haces aquí, Rocío! En este lugar no hay nada para una jovencita como vos…

—No digas eso, abuela. Quiero pasar este verano aquí, conocemos como lo que somos….

Guardó silencio unos segundos, luego, descorrió sus arrugas con una sonrisa y me abrazó torpemente. Yo solté la maleta-viajera y rodeé su cintura. Su aroma a romero, entró hasta el último rincón de mi cerebro.

—¡Sos igualita a tu mamá, Rocío¡ —comentó, después de besarme en la frente.

Entramos en la casa.  Prendió una vela, por su luz comenzaron a emerger desde la oscuridad, los muebles, como fantasmas expectantes.

Camino a la habitación que yo usaría, me llevé por delante una figura…

—¿Qué es esto abuela? —grité asustada. Ella, para hacerme sentir segura —creo—, me tomó del brazo mientras comentaba: 

—Para tus necesidades, está la “letrina”, queda detrás de la casa, después te la enseño…Por la noche, si no te “aguantas”, tengo una escupidera…Esta es la pieza que vas a usar, ahorita, te abro la ventana para aireártela…

¡Hace tanto que no se usa…!¡Aaaaños que nadie viene por aquí! —comentó, y me sonó a reproche

La ventana se rasgó en luz y el día rompió las paredes con olor a cerrado…Y vi que, solo tenía una cama, un ropero y, no había espejo en la habitación, (qué lástima pensé. ¡con lo que me gustan!).

Deje mis pertenencias y fuimos a la cocina.  Colocó la vela en medio de la mesa y mientras avivaba el fuego de la cocina a leña dijo…

—Mientras te recaliento algo, podes ir a conocer el río…Si agarras ese caminito, te lleva hasta allí…

Ya en el río, me senté bajo un árbol a meditar si había hecho bien en venir a un lugar así.

—¡Sal de ahí, muchacha! La sombra de ese árbol no es buena —gritó un señor, quien, acercándose, me preguntó si era de por aquí.

—Vengo de Buenos Aires a visitar a mi abuela. Vive en aquella casa…

—Aaaa ¿Sos la nieta… de la bruja?

Incómoda por sus palabras, me despedí y regresé.

— Abuela, ¿un hombre te llamó bruja?, ¿por qué?

Dejó sobre la mesa un plato con dos empañadas, llenó un vaso con agua y guardó silencio.

***

Pasar todo el verano con ella era mi intención, pero había momentos, principalmente por la noche, me desbordaban las ganas de preparar mis cosas y largarme... (tal vez, a mamá le sucedió los mismo, y cuando conoció a papá un verano, se fue no regresó nunca más).

Aquí no existen los horarios, la vida pasa inadvertida… La abuela, se levanta apenas la mañana se filtra entre la arboleda.

Durante el día habla muy poco conmigo, anda las santas horas, caminando de la casa al patio…o por sus pensamientos…Y no entiendo por qué pasa tanto tiempo fregando en la tina que está detrás de la casucha. 

A pesar de todo eso, empecé a comprender su manera de ser. No habrá sido fácil la vida en un lugar como este.

—Abuela, cuando vayas al pueblo te acompaño, quiero…

—Después que tu madre se fue, dejé de ir al pueblo —respondió secamente.

(Entonces, entendí los envíos de mercaderías que mamá hacía cada dos meses, en las cuales, solía poner alguna foto mía).

Días después, decidí ir sola al pueblito. Al pasar frente a una casa, vi en el jardín al hombre del río. Al verme dijo en voz alta:

—¡Mamá Gretchen, ven a conocer a la nieta de la bruja!

Me detuve de golpe. Una mujer bella (deduzco, mayor que mi abuela), salió de la casa y se acercó a las rejas, preguntando qué necesitaba. Solo dije:

—Quiero que su hijo pida disculpas, por llamar bruja a mi abuela Sara.

La mujer, palideció al escuchar el nombre, y dirigiéndose al señor le exigió la disculpa.

Regresé y fui al único lugar donde —sabía— la encontraría:  

—Abuela ¿quién es esa señora rubia de nombre Gretchen?

—¿Por qué? —dijo, sin mirarme.

—Porque…

—Si —respondió antes que yo terminara la frase—. Ella y tu madre, son, una gota de agua… Y siguió fregando en la tina.

Esas palabras, descorrieron un velo en mí, y ahora, quería “ver” lo que había detrás… 

Salí corriendo hacia la habitación y me arrojé sobre la cama. Un sigilo sacramental inundaba la casa que, me enfrentaba a una penitencia mental de preguntas, sin respuestas.

Al día siguiente, y para despejar mi mente de tanta confusión, fui al río. Regresé un par de horas después, mientras estaba llegando, vi a la abuela entrar en la casa. Al salto aproveché para acerarme a la tina.

Sobre la tabla de lavar, había dos pañales enjabonados, inconscientemente los tomé con ambas manos y los estrujé contra mi pecho. El agua enjabonada fue chorreando por mi Short y mis piernas…

Un viento repentino comenzó a mover los caireles y las cintas. Intrigada miré hacia arriba… Un cielo verde giraba, me sentía mareada…Fui retrocediendo en el tiempo, hasta los pañales nuevos…Y pude sentir, la soledad de la abuela Sara…

Luego, por un espiral de luz, estremecida, regresé en mí, y miré en mis manos los pañales desgastados de tanto lavado sobre lavado, tan blancos que herían mis ojos…Y, sin comprender lo que sucedía, balbuceé—: ¿Cuántas veces habrás llorado sobre ellos, abuela?

Cuando todo (en mí y en el entorno) se aquietó, la abuela Sara estaba frente a mí.

—Tengo el presentimiento de que me ocultas algo, abuela.

—Así es Rocío… ¡Así es! —respondió, sacando de mis manos los pañales…Se abrazó a ellos y comenzó a contarme:

—Mi madre, fue la “comadrona” y la “sanalotodo” del lugar—. A ella se lo había enseñado su madre…

«Una noche llegó a casa un hombre, habló con mi madre y cuando él se fue, ella puso en mis brazos un bulto que se quejaba y se movía…Y me dijo—: Desde este instante ¡es tu hija! ¡Y ni se te ocurra contar esto en el pueblo!

«Yo tenía por aquel entonces, catorce años…

«Diez años después, mi madre enfermó, antes de morir me confesó quién era aquél hombre... Entonces, —como protección—, empecé a colgar «cosas» en los árboles, para que nadie se acercara…

«Y así comenzó mi fama de bruja.

—¿No tengo ni una pizca de tu sangre, abuela?

—Sí que tienes algo de mí —contestó sonriendo y me abrazó tan fuerte, tanto que sentí a su corazón, galopar lento, esforzándose por alcanzar el mío: brioso y joven.

 

***

El día de la despedida, me apretujó entre sus brazos. Yo le prometí que volvería... Ella secaba sus lágrimas mientras decía:

—¡Vuelve cuando quieras Rocío!… ¡No te olvides de besar a tu madre por mí!… Toma, desde hoy, te pertenece… Es un “nudo de brujas”. 

Y quitó el amuleto de la cinta roja que llevaba siempre al cuello. Lo colocó en mi mano, sopló tres veces sobre él, y agregó:

—Llévalo con vos, siempre, te protegerá.

 Poco entendía de lo que hablaba, pero si, podía sentir al mirar sus ojos —profundamente cansados y tristes—, su orfandad de cariño.

—¡Cuídate abuela! Le rogué y la acaricié. Ella apretó mi mano en su cara intentado perpetuarla.

Me alejé arrastrando mi maleta-viajera. Me di vuelta varias veces para saludarla, con la mano, hasta el momento en que desapareció en ese universo verde.

Mientras más me alejaba, “la voz del viento” en los caireles, fue apagándose, hasta que todo se hizo silencio, en mi silencio.

El amuleto, sobre mi pecho… brillaba.

 



***

   Racimos: poesía y narrativa / Beatriz Teresa Bustos. -1ra ed.- San Francisco: Beatriz Teresa Bustos, 2020.

   ISBN 978-987-86-3044-1

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